EDITORIAL- Producción y consumo compulsivos

EL SÍSTOLE Y DIÁSTOLE DE LOS CAPITALISTAS

En la lógica capitalista es necesario mantener una producción constante para que haya consumo frecuente y se mantenga activa la “economía”.

Producir más y más; pero mucho más… para que los clientes (en las distintas escalas de asalariados) consuman –mientras agotan su existencia– hasta por las narices.

Y son los banqueros, los que, con moneda impresa o  con simples transacciones electrónicas, prestan a los unos –que son pocos y sus compinches– para que inviertan en producir muchos  bienes y servicios; y, a los otros –los asalariados–, los muchísimos esclavos, para que lo gasten en consumo y nunca más escapen a las múltiples emboscadas crediticias… Fue así como les llegó la modernidad del crédito, ese aliado fiel de desarrollo.

La deuda –según el decir de muchos economistas del mundo libre cambista– es la sangre de la economía capitalista; el dinero –representación genuina y milagrosa de las divinidades–, lo resuelve todo; los bancos, el oráculo; los banqueros y administradores de fondos de inversión, los sumos sacerdotes que tienen la potestad de crear dinero con sus sola voluntad. En realidad, los banqueros son los vampiros chupasangre.

Son los dueños de la vida de miles de millones de personas, los que decidieron con sus acciones (no sólo las bursátiles y sus derivados) el calentamiento global, el desempleo, la migración forzada, la extinción masiva de especies, la desertificación, la escasez de agua potable, la contaminación de los acuíferos en India, Latinoamérica, África, Indonesia… y los que hoy publicitan el capitalismo amigable y la economía verde con cinismo de opereta.

Para endeudar países y personas, se crearon los organismos internacionales de crédito y comercio. Las naciones cambiaron soberanía por servidumbre.

Lo llaman democracia. En realidad, se sustituyó a las monarquías absolutistas por las oligarquías invisibilizadas a través de las sociedades anónimas.

Pero ¿debe continuar esta distopía?

La respuesta está en la juventud dispuesta a organizarse, rebelarse y cambiar las reglas. Forjar formas de producción y comercio más equitativas y plurales, que partan de los colectivos y no de las élites.

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