Liberales argentinos a la carta

Cuando “la gente” está con hambre y sin luz, Máximo Kirchner le exije públicamente a Kicillof cargos para  “la militancia”   sostenidos   en  el presupuesto de la provincia de Buenos Aires. Error, ahí.  Sobre ese error cabalga, presto y ágil, un sotreta de la calaña de Gerardo Morales, el gobrnador de la hiperbórea provincia  de Jujuy  y apóstol de la concentración de poderes  que manda  en un feudo donde  la “república”  hace ya varias décadas  que perdió la inocencia.

Por Juan Chaneton*
*jchaneton022@ gmail.com

Pues este Morales, que también  quiere ser Presidente, acaba de formular una síntesis del relato derechista en la Argentina  que, hasta hoy, no ha podido ser desmontado por filólogos, antropólogos y filósofos a sueldo del progresismo vernáculo:  dijo Morales que Cristina Kirchner es la cabeza de un modelo que degradó al país.

Una curiosidad, aquí, que para cierta militancia misoneísta  no es ninguna curiosidad  sino sólo ocasión para el ejercicio de la diatriba de igual intensidad y sentido contrario. La curiosidad reside en la facilidad  con que la derecha de este país le cuelga a sus víctimas la responsabilidad por las recurrentes crisis económicas y políticas que viene  sufriendo la  Argentina desde 1983 en adelante,   por no remontarnos   demasiado hacia el  más remoto pasado histórico.

El debate pollítico y aun ideológico es lo único que habría podido desarmar ese relato sesgado de la derecha, incorporando al cuadro a la Sociedad Rural  y al sistema de propiedad de la tierra, a l   lobbie  patronal   llamado  AEA (Asociación Empresaria Argentina), a los bancos nucleados en ADEBA, al sindicalismo  aferrado  a la CGT y a los múltiples  rizomas  que recorren, subrepticios, los pliegues y repliegues del  organigrma político argentino, cuyos nodos más patogénicos reconocen uno central del que van y vienen,  rutinariamente,  como modo de  funcionamiento  del  hardware   sistémico:  la embajada del hegemón occidental y sus “oenegés” de amigos  y favorecidos  dedicados  al desestabilizante  oficio del  diversionismo  ideológico.

También  tendría otro efecto benéfico el debate que la “militancia” no atina a dar porque no sabe,  porque no puede,  porque no se anima ,  o porque no quiere. Es el debate acerca de un significado   y  un significante,  que  es como decir  acerca del concepto y la palabra  que lo designa: democracia, de eso se trata. Sólo si sabemos  qué democracia anhelamos, podremos desarrmar el relato “democrático” de la derecha.

Sobre tal concepto (democracia) han sabido pronunciarse, hace pocos años, conspicuos voceros de la derecha argentina. Nos ha venido  a la memoria  una “carta” del año  2020, de unos “intelectuales”  perezosos  y poco afectos a la reflexión intensa. La cosa es así.

Entre los palos en la rueda que debió soportar Alberto Fernández  desde el comienzo  de su  ya fracasada  gestión,  su lugarcito  ocupa  aquella  “carta” que vio la luz allá por los duros años de las cuarentenas  que, tanto en  Argentina como en el resto del mundo, los gobiernos  atinaron a implementar en resguardo de la salud  pública  ante la irrupción  de  la  peste.

Oportunistas  e irresponsables, mitad y mitad, aquellos “intelectuales” que  expelieron  su halitosis   ideológica  en  esa    módica  misiva   apuntada  contra el totalitarismo  en fragua  de Alberto Fernández, exhibieron una  desnudez axiológica saturada de prejuicios   que  sobrenadaban  en  el  caldo   recalentado  del estereotipo y  la   vulgaridad.

Y más: también  lo hacían  responsable  al  Presidente  de falta de  «cautela y realismo»  para lidiar con el fenómeno; de carecer de un «plan» para enfrentar la calamidad   global; y de no ponerle «fecha de finalización» a la cuarentena (sic). Firmaban, además de algunos prescindibles notorios, «investigadores del Conicet y científicos en instituciones extranjeras»; «personalidades e intelectuales»; «profesores e investigadores  de universidades»; «periodistas»; «profesionales», así  como «ciudadanos  que adhieren a la carta». Menos los trabajadores, estaban  todos.

Encabezaba aquel  lote de  «personalidades»  el ex marxista, ex existencialista,  ex peronista, ex radical ,  ex flaneur de mil caminos  y  actual   liberal-macrista,  Juan José Sebreli,  el inefable,  de él se trata (¿aventurero o militante?), quien también llamó  -por las  suyas-y con eco exiguo-   a la «desobediencia civil»  contra la cuarentena  porque «los derechos individuales  están en peligro» – como lo estába  la democracia-  por obra de un autoritario  sin escrúpulos  que en malhadada hora sentó sus reales en la poltrona que fue del ínclito Rivadavia, y que estaría llevando a la Argentina por el sombrío sendero que conduce a la dictadura. Nada menos. Alberto dictador, y Alberto culpable de la ola de calor.

Toda vez que  Montaigne ya nos advirtió que «es banal decir  tonterías, lo grave es decirlas  con énfasis», haremos la vista gorda con los manifiestos dislates proferidos por estos innecesarios famosos, y pararemos mientes un poco en los  fundamentos de filosofía política que suelen estar en la base de ideologizaciones turbias como la contenida en la «carta» que los firmantes hicieron conocer con el título de «La democracia está en peligro». (https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSc0vddQft-M4IpuPlPg6EGPKce_RX5Bx5uE2nvtxSNWgyXkIw/viewform)

Empero,  el fin de esta nota no es detenernos en estos preocupados demócratas ,  sino reflexionar sobre unos conceptos de mayor espesor académico vertidos por otro amigo de las causas  populares  siempre que éstas no tengan  posibilidades de éxito.

Un hombre de la derecha periodística argentina  -de él se trata-  el  columnista de  La Nación, Carlos Pagni, ha sintetizado bien de qué se trata cuando se trata de «libertad», de «derechos individuales» y, en el límite, de «liberalismo».

Lo hizo, en este caso,  en 2013, en Madrid, en la sede de FAES. Esta «Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales» es un grupo de tareas de la derecha española ligada al Partido Popular de Mariano Rajoy, un hombre que huyó de la presidencia del gobierno de España sospechado de corrupción y acusado de ser experto en financiamientos ilegales y en detracción de dineros públicos.

A FAES la preside un apóstol de la reacción católico-monárquico-liberal, el también ex presidente Manuel Aznar, quien suele tener como contertulios  a conversos como Vargas Llosa y a golpistas venezolanos teledirigidos desde Washington.

FAES tiene su sede en Madrid. Hasta allí se llegó, en el mencionado 2013, aquelel  periodista argentino, cuyas credenciales de derecha son suficientemente conocidas y al que hay que reconocerle  que nunca dice que es imparcial  y objetivo  sino que, en un sano  reflejo  de autenticidad,  se asume como conservador de usos y costumbres y como actual activo del diario que, entre 1976 y 1983, fue soporte, cómplice y vocero del terrorismo de Estado en la Argentina.

Pagni, como hombre formado políticamente y como intelectual  con una base cultural aceptable y que contrasta de modo muy estridente, con el panorama  general que ofrece el periodismo de derecha  en la Argentina, desarrolló  -en un panel  que compartió con, entre otros/as,  María Corina Machado, – la  resentida  vocera de la  desplazada  burguesía venezolana-  un  interesante análisis   sobre lo que podríamos sintetizar con una especie de hafschtag nominado  «democracia-totalitarismo-populismo-liberalismo» en América Latina.

Dijo mucho Pagni allí, pero interesa ahora  (por su vinculación con el documento sebreliano que avisaba que la democracia corría  peligro  con un dictador como Alberto Fernández), su análisis sobre el concepto liberal de «democracia».

Antes del liberalismo -dijo Pagni-,  el orden público  estaba  basado en verdades, por eso era coherente  condenar al hereje:   se lo condenaba porque, como no creía, era un subversivo; la religión ordenaba la sociedad sobre la base de un criterio de verdad; si yo no creía en esa verdad, estaba alterando el orden público.

Y antes de proseguir, una digresión breve. Decir que el hereje “no creía”, es un error o un    prejuicio., que es otra forma del error. El hereje  (sobre todo si también era heresiarca) no sólo “creía” sino que  creía intensamente,  como  suelen  creer los místicos. Tal vez Pagni  no oyó hablar de Meister Eckart. Los herejes  no creían en las deidades  que pretendía imponer Roma, pero, por lo general, creían  en  algún  tipo de Dios sustituto.

Así, la  bruniana  (por Giordano  Bruno) deificación  de la Naturaleza, será luego retomada por Spinoza  para fundar su noción de Dios.

No creer en la “palabra” del  Vaticano, no es lo mismo que no creer. (Fin  de la digresión).

Pero nosotros, en Occidente  -agregó  Pagni-, nos basamos en una regla de validez, no en un criterio de verdad: gobierna el que tiene más votos. Esto significa que puede haber una mayoría equivocada. Y por eso, para cuidarnos de la mayoría equivocada, nos garantizamos dos cosas: primero: que haya «libre ejercicio de la crítica» (periodismo «libre»); y esto es así a tal punto que en EE.UU. está prohibido no sólo limitar a la prensa sino, incluso, legislar sobre la prensa; y segundo: la independencia de la justicia. Y  tanto importa la independencia del Poder Judicial como control de una mayoría que puede estar equivocada, que este poder se constituye como un poder conservador y menos democrático que los otros dos, porque para ser miembro del Poder Judicial no hay que ser elegido en una elección,  y porque hay que tener un título universitario,  y porque ese título se expide en una de las facultades más conservadoras que existen en Occidente que son las facultades de Derecho.

Así dijo, poco más o menos, Carlos Pagni con  eficaz razón didáctica: https://www.youtube.com/watch?v=kCir6rDvMFg.  «Estado de Derecho y Estados del revés» tituló el periodista, su conferencia. Con Pagni se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero lo que seguramente no se puede decir de él es que no se preocupa por fundamentar sus opiniones, más  allá  del  mucho o nulo  éxito que  pueda  tener esa preocupación.

Esta es la ideología que está en crisis en estos momentos en Latinoamérica y en el mundo -decimos nosotros-. Lo que debería discutirse   (además de la “inclusión  social “, de  los derehos de  “los más vulnerables” y  de lo perverso que es  “el  neoliberalismo”) es la definición de democracia. La derecha  dice que lo esencial  de la democracia es la preservación de los derechos de la minoría. Y el ejemplo  que pone Pagni  es una cita de Antonio Guterres cuando presidía el Consejo de Europa:   cuando gana el neofascista Georg Haider en Austria, en Europa se dice: lo vamos a aislar. Pero ¿por qué hay que aislarlo si ganó en elecciones limpias y lo votó la mayoría? No importa, lo votó la mayoría pero nuestro sistema democrático occidental no se basa en la voluntad de las mayorías sino en la preservación de los derechos de las  minorías. Y Haider, con lo que ha dicho  -ni siquiera con lo que ha hecho-  ha afectado esos derechos de las minorías, eso dijo António  Guterres, en el año 2000, cuando todavía no era secretario general de la ONU.

Lo que había dicho Haider era que Austria debía rendirle  honores a  las SS  hitlerianas, entre otras lindezas. Haider murió, a los 58 años, en un «accidente de tránsito» al que, según su esposa, debió apelar el «liberalismo» cuando el «aislamiento» que preconizaba Guterres no parecía dar el resultado apetecido. Desmentido un poco Pagni, ahí.

Claro que también lo desmiente hoy la realidad estadounidense. El periodista argentino afirmó en España, aquella vez, que la libertad de prensa en Estados Unidos, es un valor tan absoluto que ni siquiera se puede  legislar  sobre la prensa. Si esto fuera  así   y Trump  mediante,  Twitter y CNN habrán  invocado a los manes  de Jefferson,  Adams y Marshall,  pues desde  dentro mismo del sistema político democrático estadounidense  no sólo se legisló   sobre la prensa  sino que  se la controló y regimentó. De modo que, cuando “la democracia” no sabe qué hacer con unos  díscolo s que opinan diferente (como aquel  Haider austríaco o las  actuales  redes sociales), ese es el punto  y el instante en que tales “democracias”  entran en contradicción consigo mismas   y apelan  a la resolución de esa contradicción  con procedimientos  que harían sonrojar  a los “padres  fundadores”.  Había mujeres entre los pilgrims; pero ninguna fue “madre fundadora”. Estados Unidos es la creración patriarcal por antonomasia, dicho sea de paso. Y esto ha sido, casi, otra digresión. ..

Ya cerrando  su  disertación,  Pagni trajo en su ayuda a una señora que fue, en vida, la versión progresista de la derecha: Hanna Arendt. Que Hanna  Arendt pueda ser citada en FAES da una pauta interesante  para advertir a  incautos/as respecto de quién es quién en la viña del Señor, hoy globalizada  y alborotada  por confusiones   sustantivas  y  desorientaciones fundantes.

Que no haya nunca una verdad demasiado sólida, por ello abogó Pagni en línea con la autora de Los orígenes del totalitarismo. Y celebró lo que en ese libro dice la intelectual  liberal: que cuando más conocida es una institución, menos poder tiene, y cuanto menos es conocida, más es su poder. Esto ocurre en los Estados totalitarios; en éstos, el poder auténtico comienza donde empieza el secreto -dice la buena de Hanna- y no reparan sus epígonos de hoy en que, en el fondo, el asunto en cuestión  no es el secreto o la publicidad; el fondo del asunto es que el secreto de la plutocracia global protege lo inconfesable, en tanto el secreto de un proyecto popular en el poder o de una revolución en cierne hace a la seguridad del Estado y, con ello, a que los pueblos no sean, nuevamente, sometidos por el capital. Es un secreto autodefensivo frente a una potencia interventora e invasora y que hace befa del derecho internacional. Vale como  desiderátum que, con el tiempo, ningún secreto sea ya más necesario. Pero hoy,  en 2023, el secreto no es Venezuela o Nicaragua, el secreto es Guantánamo o Delaware, pero de eso nada dicen los púlpitos liberales.

Nada como esa noción de «democracia de minorías» nutre mejor la «carta» que los intelectuales de derecha argentinos perpetraron en 2020. Aquel liberalismo finisecular que en ese punto de la historia exhibía enjundia moral y vitalidad conceptual (podía alegar una prosapia honorable: venía de terminar con las hogueras en Europa), entendía por «democracia» lo que la etimología indica: gobierno del pueblo. Sólo cuando empezó a percibir que la dinámica económica del capitalismo creaba pobres cada vez más pobres y numerosos, y ricos cada vez más ricos y menos numerosos, cayó en la cuenta de que había que redefinir eso que constituía su justificación en el mundo: la libertad y su vínculo con la democracia. Y atinó, entonces, a decir que «nuestro sistema no se basa en la voluntad de las mayorías sino en la preservación de los derechos de las  minorías». Tener a la plebe a raya; no vaya a ser que se nos venga encima, eso era.

Y allí están, estos  son, los que se preocupan por sus  “derechos individuales”.  Hoy, tanto unos como otros,  profesores  y/o  periodistas,  quieren  preservar a las minorías  de los  secretos designios  totalitarios  de Alberto Fernández.

Pero falta, entonces, la refutación a tales sofismas. Pues esos  sedicentes «derechos de las minorías» no son sino un ideologema  de las clases dominantes. Se trata de  una formación sintáctica que encubre, no que revela. Veamos.

Esa tensión descripta en términos de riesgo para la minoría frente a unas mayorías latentemente totalitarias, oculta el hecho social de que lo que instituye  a la minoría como tal minoría es una cierta relación  con el ejercicio de los derechos  y no lo meramente  cuantitativo. Estos derechos, los de la minoría, son, en potencial, los mismos que los de la mayoría, pero no se actualizan del mismo modo ni en la misma medida, sino que su ejercicio y los beneficios que de ese ejercicio se derivan, satisfacen a unos de un modo, y a otros, de otro modo. Las minorías van con ventaja en el capítulo atingente al ejercicio de los derechos y al goce de los frutos y bienes que de ese ejercicio se derivan. Y son minoría no porque son pocos, sino  porque disfrutan , en exclusiva , de unos derechos y de los frutos de esos derechos.

La falacia   ínsita  a estos razonamientos  clasistas  consiste  en reclamar  derechos para una parte de la sociedad  cuyo ethos identitario no es la falta de derechos  sino tenerlos en demasía y como consumación de una desigualdad  nociva  para la buena marcha de los asuntos públicos.

Esto último es importante por cuanto intenta remarcar que la posesión de derechos  por una minoría en detrimento de una mayoría desposeída  no es, ante todo, una falta moral  sino  un defecto estructural de la economía, pues desplaza a la masa de desempleados y precarizados hacia la función de «ejército de reserva» en vez de incorporar a esa mayoría al circuito productivo, de lo cual, ciertamente, se beneficiaría toda la sociedad.

Intelectos de derecha, unos y otros, en su momento vieron la oportunidad  de politizar la cuarentena, es decir, de hacerle un poco de daño al gobierno. Módico  y perverso lo suyo por donde se lo mire. Si se levantaba  la cuarentena  nos hubiera pasado lo que pasó en Guayaquil.  Pero el odio  cegaba y sigue cegando.  No es que están confundidos; es que  odian …!  Unos y otros. En el límite, están asustados, y un liberal asustado es un fascista en espera.

Pues la democracia está en peligro, por cierto, y no sólo aquí sino en el mundo entero. Pero no por obra de ningún «populismo» sino porque la maquinaria capitalista ronronea  y tose, exhibe signos de fatiga, quiebran sus bancos, sus  bancos quiebran….  y  los pobres son legión que crece día a día y esto no  se  conjura más que con planificación  o con fascismo, y estos liberales  a la carta abominan  de la planificación y sólo alucinan,   como Borges narrando a Laprida y su peripecia  final :  ¡vencen los bárbaros… los gauchos vencen …!

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