De qué se trata en la Argentina

Argentina tiene dudas  en cuanto a apoyar el principio “Una sola China”,  pues esto implicaría  el no reconocimiento de Taiwán como entidad nacional  autónoma. Es decir, Argentina tiene dudas respecto de adoptar una posición que ya han adoptado Francia, Brasil y Estados Unidos. Se trata de la “política exterior” de la Argentina de Alberto Fernández. Se entiende por qué  Xi Jinping  no ha optado por la Argentina para promoverla  a  un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo que sí  acaba de obtener Brasil  durante  la visita que el presidente Lula realizó  recientemente  a la República Popular China.  Ningún político argentino,  salvo Cristina Fernández, le garantiza a Xi  que  el país del sur  va a sostener, frente a las pretensiones totalitarias de Estados  Unidos,  una actitud independiente y soberana.  La Argentina  ha tenido a  Felipe Solá y al  actual Cafiero de tercera generación  como creadores  de su política exterior, pero los resultados, también en este capítulo de la gestión,  no han sido óptimos en materia  de consideración política internacional  para nuestro país.

Por Juan Chaneton*

*jchaneton022@gmail.com

La República Popular China “atribuye gran importancia a la influencia que Brasil  ejerce en asuntos regionales e internacionales”,  y esa es la razón por la cual la potencia asiática  global “comprende y apoya” la aspiración del gigante sudamericano a desempeñar “un papel todavía más prominente” en el foro mundial.  Lo transcripto es parte del comunicado con el que China informó al mundo  sobre el contenido de la reunión que ambos presidentes mantuvieron en Pekín el 14 de abril   último. En la misma línea, Lula afirmó “nadie  va a  prohibir  que Brasil  profundice su relación con China”.

Lula  evoca, con su saga, el largo atardecer de un caminante  -según la poética que nos reveló la literatura del recientemente fallecido  Abel Posse-.  Sólo que Lula  no atardece, más bien  amanece, que no es poco. Y ha derramado, por fin, la luz  de ese amanecer sobre las tinieblas  que envolvían a Brasil y a Latinoamérica: Lula, a trancas y barrancas, y después de sortear mil zancadillas   armadas por el genuflexo sicariato  judiciario  que parasita en toda “democracia” que se precie,  volvió al lugar del que alguna  vez y en malhadada hora, tuvo que partir.   Lula comprende, más y mejor que nadie,  que la “revolución social” , en la época de la globalización,  juega su suerte y su verdad en el campo de la geopolítica y de la geoestrategia, es decir, en los  alineamientos soberanos que cada país decida en función de sus objetivos nacionales.

Ello   hace  ingresa r  al  cuadro  un  dato más  que   parece  ser  constitutivo  del  concepto  de   “globalización”  (dato que  es  pasible   de     desarrollos  ulteriores ),    y que,  por  ende,   debería  contribuir   a una   mejor  comprensión  de  tal concepto.   Ese dato nos  está diciendo  que  la  globalización  impone  modificaciones  -también y principalmente-   en   la  política,  en particular,  en el capítulo  atingente  a las  estrategias de poder de las  fuerzas  sociales  dañadas  por la  globalización. Y esto es algo  que , curiosamente,  no computan  ni Fredric  Jameson  ni  Ryszard Kapuscinski,   que  son dos  de los  calificados  intelectuales  que han  reflexionado   fecundamente  sobre una definición  de  “globalización”. El primero de ellos  (Valencias de la dialéctica,, Ed. Eterna Cadenca, Bs. As.  1° ed. 2013).), concibe  al  fenómeneno  como un concepto  inicialmente  comunicacional  que ha sido llenado con significados  culturales   y económicos., aun cuando  es mucho más  lo que dice sobre  el  tópico. (pp. 496-497).

El cuanto al periodista  polaco,  por su parte,   es  escéptico en cuanto a que sea  posible  definir  el  fenómeno, mucho más  cuando   “ … no  es  global  pues  abarca  casi  exclusivamente  el  Norte, donde   se   concentra  el  81% de toda la inversión  extranjera” (Lapidaria.5).

En todo caso,  Lula avanza en el escenario global, y aquella “puerta de entrada” para Rusia  en nuestro continente que alegremente prometió una vez Alberto Fernández, podría   abrirla  aquél,  el presidente de Brasil,  fundado en sus calidades  de estadista  y, sobre todo,  en su valentía,  ausente en otros aspirantes al estrellato. Valiente es antónimo de timorato.

Dice el Washigton Post del miércoles 14/4: «Durante el primer mes de su nuevo mandato al frente de Brasil, el presidente Luiz Inacio Lula da Silva no condenó la invasión rusa a Ucrania, permitió que barcos de guerra de Irán atracaran en Río de Janeiro, y envió a uno de sus máximos asesores a reunirse con el autócrata venezolano, Nicolás Maduro …  Y esta semana,   emprendió una gira de tres días a China. Más de 200 empresarios llegaron antes de su visita para acelerar la firma de una miríada de acuerdos que estrecharán más los lazos de Brasil con su mayor socio comercial, cuando las relaciones entre Washington y Pekín son más tensas que nunca. La agenda de Lula incluyó una escala en Shanghai, donde visitó las instalaciones de Huawei, la gigante de las telecomunicaciones blanco de sanciones de Estados Unidos …».

La narración del Post, es un compendio de cómo funciona un país realmente soberano cuando está conducido por un estadista. Y todo ello sin contar la avanzada diplomática de ese Gromyko del siglo XXI que es Sergei Lavrov, al que habrá que prestarle  atención pues se trata de otro estadista de estatura ostensiblemente superior  al común de los actores que lo rodean. Lavrov acaba de visitar Brasil,  Venezuela, Nicaragua y Cuba, en ese orden. En Venezuela y Cuba, Estados Unidos impide que lleguen medicinas para los hospitales. Derechos humanos y democracia, dicen luego.

Suelen pontificar tramposamente los escribas  de pelaje “democrático”, diciendo que el “populismo” divide a la sociedad en poseedores y desposeídos y que ese es el origen de la “grieta”. El aserto es falaz ,  pues oculta  que esa grieta es previa  a la aparición del espantajo populista y que éste viene no a inventar la realidad  sino   a describir  lo existente, más allá  de si lo hace  bien o mal.

Se equivocan  los escribas y pensadores cuyo desvelo es la prolongación  histórica de un capitalismo local al que alucinan amenazado. Dicen que tal populismo se nutre  del enfrentamiento “clasista” cuando la realidad  es que los populismos de todas las  épocas (desde los narodniki rusos hasta hoy) han postulado precisamente lo contrario y han difuminado a la “clase” disolviéndola  en un precipitado más extendido  y  difuso  al que llaman “pueblo”.

Pero no son las disquisiciones teóricas mejor o peor fundadas las que  interesan a los  medios de prensa  y a ciertos gobiernos  de la “democracia”.   Ambos hacen rutina de la asimilación  de  programas  y guiones  diseñados  por  otros en otra parte  y  que últimamente vienen siendo  monitoreados en su aplicación  práctica  por el “comando sur” de la generala  Richardson. Esos programas y guiones  se agotan en un punto esencial,  a saber,  “impedir que el enemigo se forme”, esto es,  tales actores  locales   observan  con preocupación  que las dinámicas  sociales puedan concluir en una reconstrucción ominosa a la que creen que el “populismo” contribuye: una radicalidad  generatriz de un orden social  nuevo,  aun cuando eso es  algo que no es programa ni propósito de ningún populismo. Sin embargo, tal amenaza  antisistémica  se corporiza  -así lo dicen–  cuando la civilizada petición democrática cede su lugar al reclamo y la exigencia del pueblo en el espacio  público, pueblo al que siempre  creen  -o dicen creer-    un actor desmadrado y violento. Llegados a este punto, citan a Laclau y constatan que hay que evitar el peligro, que no es otro que  una nueva fase en la que el pueblo enfrenta al poder del Estado reclamando ese poder  para sí, pues esto sería la disputa por la hegemonía social, que siempre ha permanecido, desde el origen de los tiempos históricos argentinos,  bajo titularidad  y como  capital  propio de unas élites a las cuales, en última instancia, estos gobiernos y rábulas  que los  “asesoran”    vienen resultando funcionales.

El caso es que en la Argentina nadie da pie con bola. La derecha está preocupada a largo plazo porque el montaje de la “corrupción” tiene sus límites: hay que mostrar pruebas, y éstas  sólo aparecen con un poder judicial corrompido y partidizado,  anomalía que no podrá prolongarse, suponen con razón, sine die. Y, por lo demás,  no es creíble que alguien salga a luchar contra la corrupción  con Macri como campeón de la honestidad.

Y como “todo tiene que ver con todo”, lo que más teme esa derecha no es a un gobierno que venga a redistribuir  sino  (y a propósito de la globalización)  a uno que venga a resituar a la Argentina en el mapa geopolítico  global.  Y eso sólo tiene visos de verosimilitud si se sustenta en la legitimidad  que sólo Cristina  Kirchner le podría aportar a tales nuevas políticas.

Pero son muchos  -no sólo la derecha-  los que viven esa  potencial aptitud de Cristina  como un peligro del que hay que deshacerse.

Alberto Fernánez se va, por fin a un ostracismo del cual nunca debió haber salido. Al revés de lo que tiende a instalarse como causa de su abdicación anunciada en la mañana del 21 de abril, no ha sido la economía principalmente la causa  de su fracaso, sino que la economía es la causa del dolor más intenso que este autodefinido peronista le ha causado a los pobres y a los jubilados y a los jóvenes de este país, tres franjas que concentran  las  dos terceras partes del potencial intelectual y humano de la Argentina. Ha sido dañino para nosotros, el gobierno de Alberto Fernández y desde ese dolor hablamos..  Contra lo generalizado como ultima  ratio de su patético final,  ha sido la política  -o la falta de política-  lo que ha causado su fracaso. Ni siquiera supo jugar con eficacia a favor el lado  norteamericano del mundo. Quiso ser un Sanguinetti o un Felipe González, pero para poder, en política, no basta con querer.

Y su colapso  político  no fue sólo  ese. También falló en lo local.  Aquí (y esto tal vez lo pueda discernir en el muelle y plácido retiro que lo espera para escribir sus  “memorias”) su  fiasco y su derrota más estentóreos fueron  irse al pasto  en el cometido que le habría permitido ganarse  esa consideración   de parte de la gerencia política global: terminar con el “kirchnerismo”, al que,  embotada su razón,  tomó por enemigo como con Duncan lo hizo aquel Macbeth: “¡Estoy resuelto.. Voy a tender todos los resortes de mi ser para esta terrible hazaña!” (Acto I, Escena VII). 

Un hombre avieso ha sido derrotado y no por Cristina sino por la centralidad política de Cristina, que se sostiene en esos millones de voluntades de pobres, de viejos, de jóvenes que todavía hoy  y contra toda esperanza, cifran en ella la esperanza. Se le bifurcaron los senderos, a nuestro Macbeth de cabotaje,  pero no era un jardín el suyo,  sino que chapaleaba en el barro: tuvo que optar, y entre Cristina  y Vilma  Ibarra,  él hizo la opción a su medida ideológica. “Ud. es un mediocre”, le dijo Perón a Aramburu en una carta ya célebre., que acaba de recordar Juan Manuel Abal Medina.

Fracasan  todos en el cometido esencial:  privar a los pueblos  de  conducción política y de programa de vida, que es lo mismo.. La Argentina  es una parte del escenario, justo la parte que está debajo del coro que entona la triste endecha de Rilke: quién me escuchará  entre los ángeles si grito …?   Y así, el “autoritarismo” de gobiernos como los de Putin y Maduro, está en las antípodas  de la “democracia” que tratan de imponer los Estados Unidos en todo el mundo. Sin embargo, esta potencia   y su embajada  ad hoc  es la que le ha hecho llegar a Cristina Fernández de Kirchner la advertencia de que en modo alguno debe ser candidata a la presidencia de su país si no quiere  inscribir su nombre en ciertas ominosas listas  en las que emblemáticamente ya  figuran  otros soberanistas como  Omar  Torrijos  y Lisandro de la Torre, ambos, en su momento  histórico,   en la mira de la  “democracia “, aunque con suerte diversa.

Si algo me pasa, miren hacia el Norte, dijo  una vez la  líder “populista”. Sabía que ciertas faenas  no son para inútiles sino para  estos  boreales  choznos de Macbeth, es decir, para  gentes con experiencia de siglos  en el arte de la felonía.

De eso se trata; en la Argentina y en América Latina.

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